Por Hermana Joyce Ann Zimmerman
La espiritualidad de la Preciosa Sangre precede los 175 años de la historia de las Hermanas de la Preciosa Sangre. De hecho precede la vida de San Gaspar del Búfalo (1786-1837), el fundador de los Misioneros de la Preciosa Sangre. Lo primero que mencione una confraternidad (un grupo de personas enlazado con uno propósito en común) que es dedicada a la Preciosa Sangre es como 75 años antes de nacer San Gaspar. Llego a Europa y los Estados Unidos con rapidez. Hoy día hay varias congregaciones y sociedades dedicadas a la Preciosa Sangre.
Aún hay muchas similitudes en las oraciones y practicas entre todos, nosotros, las Hermanas de la Preciosa Sangre, tenemos un enfoque fuerte que marca nuestra espiritualidad única entre los miembros de la familia de la Preciosa Sangre.
Diferente de muchas congregaciones y sociedades fundadas para un ministerio particular, nosotros fuimos fundados para una espiritualidad vivida y marcada con adoración y devoción a la Eucaristía.
La Cruz y Resurrección
Si reflexionemos sobre nuestra experiencia de la espiritualidad de la Preciosa Sangre en la congregación es evidente que hay dos diferentes expresiones de la espiritualidad pero están relacionadas. Me parece que estas dos expresiones refleja la espiritualidad del tiempo histórico. Al mismo tiempo a través de los años como una congregación, hemos interpretado nuestra espiritualidad por los signos de los tiempos sin perder la claridad de las dos expresiones que implica viviendo la espiritualidad de la Preciosa Sangre.
Una expresión nos llama al enfocarnos en las imágenes que nos lleva al pie de la cruz: la sangre derramada por nosotros … deja que ninguna gota sea derramada en vano … el precio de nuestra redención … satisfacción por los pecados … almas difuntos en purgatorio … Estas imágenes (reflejadas, por ejemplo, en los documentos oficiales, las oraciones, la música favoritas sagradas, y arte creado por las Hermanas) nos recuerdo de la dependencia de Dios para nuestra salvación, una dependencia que hace surgir una entrega a la voluntad de Dios lo que emula la entrega de Jesús mismo: “No mi voluntad pero suyo.” Las características de este aspecto de nuestra espiritualidad son amor, confianza, soltarse, apertura. La salvación esta ganado no de nuestras esfuerzas pero entregándonos a Dios para que Dios puede hacer maravillas por medio de nosotros.
Siempre atento que somos humanos débiles necesitados de la gracia y redención de Dios, sin embargo nunca venimos a la cruz con un sentido mórbido de nuestro pecaminosidad o inutilidad. Al contrario, venimos a la cruz con corazones llena con gratitud, reconociendo por la oración y la vida de Jesús su auto-sacrificio para nuestra salvación, y nos esforzamos llevar los frutos de gozo y esperanza, perdón y misericordia, la gracia y la paz que vienen solamente para haber estado con la cruz.
Otra expresión de la espiritualidad de la Preciosa Sangre ha sido más evidente, especialmente desde el tiempo de la renovación litúrgica después del Vaticano II: estamos bien conscientes que la cruz nos conduje a la Resurrección, la muerte a la vida, la angustia a la esperanza, el dolor al gozo, vacilo a la plenitud, salvación a la redención. Viviendo nuestra espiritualidad, no solamente estamos al pie de la cruz para entregarnos, pero también estamos a la tumba vacila bailando triunfalmente. ¡El Señor Vive!! Así la gloria de la Resurrección es un imagen importante a nosotros: Alabado y sea bendito el Sagrado Corazón y la Preciosa Sangre de Jesús en el Santísimo del Altar … Bebida eucarística y refresco de las almas … la sencillez de nuestra manera de vivir se va a la abundancia de festejos gozosos.
La Cruz y la Resurrección: Nos combina para hacernos mujeres de esperanza y promesa. Nos abrazamos el dolor de la debilidad e infidelidad así como celebramos los gozos de alimento y satisfacción. La Cruz y la resurrección: entregándose/recipiente de la vida. Nuestra espiritualidad nos lleva a la profundidad de la presencia amante de Dios a nosotros, los seres humanos, una presencia que nos recuerdo de la intimidad que nuestro amante divino desea tener con nosotros, una intimidad expresada en la Eucaristía. Ambos momentos, durante la adoración Eucarística y durante la Misa estamos invitados a comer el Pan de Vida y beber de la Copa de salvación, es de tener un encuentro con el amante divino. ¡Esto es porque la Eucaristía es tan importante y el centro de nuestras vidas!
Adoración y Celebración
Podemos descubrir una paralela entre la cruz y resurrección y la adoración Eucarística y la celebración. Durante el tiempo de adoración nos vacilamos como Jesús hizo en la cruz para traer vida a los necesitados. Arrodillándonos humildemente antes de Cristo Eucarístico en la oración constante: anhelando para comunión, saboreando la promesa de la plenitud de vida futura, reflejando sobre la alienación que experimentemos en nuestras propias vidas y en el mundo, rezando para la salvación, desafiándonos a la conversión. Durante la celebración Eucarística nos paramos juntas como una asamblea antes del Señor manifestando el Cuerpo de Cristo (la Iglesia), abrazando la plenitud, siendo testigos a la integridad, anunciando la redención, abriéndonos a la transformación. En la Misa regocijemos en la victoria de Cristo sobre la muerte y su promesa a la vida resucitada a todos los fieles. En cada y todas las Misas celebramos que la muerte no es un fin pero un comienzo, que por la muerte viene la vida eterna.
La cruz y la resurrección, la adoración Eucarística y celebración revelan un ritmo dinámico – una tensión creativa – que es centro en vivir la espiritualidad de la Preciosa Sangre. Este ritmo dinámico de la cruz/adoración y resurrección/celebración es una expresión elocuente del Misterio que vivimos: vidas dándose para el bien de las demás. Nos ponemos al pie de la cruz entregándonos. Nos ponemos al altar Eucarística entregándonos. En ambos actos estamos unidos con Cristo (primero por el Bautismo) y estamos formados por la vida en común que es nuestra expresión de los votos. Nuestras vidas se conforman a la vida de Cristo y la espiritualidad de la Preciosa – Sangre es la expresión visible y concreta de esta conformidad. Estamos llevadas al mismo tipo de la entrega para el bien de las demás que caracteriza el anuncio todo el Evangelio. Estamos llamados de abrazar la cruz y la resurrección, la adoración y celebración, Palabra profética y Banquete mesiánica.
Este misterio vivido es creativo y dinámico, abrazando ambos el humano y lo divino, produciendo la transformación, que es el corazón de vivir el Evangelio. La profundidad del Misterio que estamos viviendo es siendo transformados en el Cuerpo de Cristo, siendo iconos vivos de Jesús Resucitado quien nos revela definitivamente como presencia intima de Dios. Y Luego, nosotros somos la presencia de Dios para las demás.
Cuando abrazamos la tensión creativa de la cruz/adoración/entregándose y resurrección/celebración/recipientes de vida nos comprometemos a la transformación personal y de la congregación, la que hace una diferencia en el mundo. Vivencia Eucarística – la expresión concreta de la espiritualidad de la Preciosa Sangre – es entregándose totalmente de ser transformada hacia los miembros fieles del Cuerpo de Cristo.
El dinámico creativo de dar la vida y ser recipientes de la vida es el raíz de nuestra espiritualidad, tiene que buscarlo y tenerlo en balancea si vamos hacer una diferencia en el mundo. La transformación de la sociedad es una función de la transformación del sí misma. La voluntad para cambiar, de ser transformada, es el dolor de la cruz que no podemos evitar. Esto es el único camino hacia la transformación verdadera de la sociedad, como dice “no hubo ninguna persona necesitada entre ellos” (Hechos 4,34). Por su naturaleza la espiritualidad de la Preciosa Sangre nos conduce a cuidar las demás y de hacer todo que es posible para alcanzar las necesidades que nos presentan.
La espiritualidad de la Preciosa Sangre es un recuerdo constante y concreto que Jesucristo es la fuente de todo bien, la fuente de sobrevivir todas necesidades, la fuente de la justicia y paz. Estamos llamados de ser la presencia de Jesús resucitado para todos que encontramos cada día de nuestras vidas. Últimamente, el desafío de nuestra espiritualidad y la base en la Eucaristía es para interiorizar el grito de Pablo, “Con Cristo he sido crucificado, y ya no soy yo quien vive, sino que es Cristo quien vive en mí” (Gal 2,20).
¡Gloria a la Sangre de Jesús, quien lo hace esto posible!