Reconciliación a través de la Sangre de Cristo

Por el Padre Al Spilly, C.PP.S.

Hace varios años comencé un retiro para una comunidad de mujeres religiosas. El sitio incluido la residencia de Hermanas jubiladas, quienes, aunque no eran obligatorias, fueron invitadas a participar en las conferencias. El tema del retiro fue el concepto bíblico de la reconciliación.

Durante la primera conferencia, una Hermana jubilada de 85 años se sentó en la primera fila, con una mala cara que apareció como permanente y los brazos cruzados sobre el pecho como si estuviera lista para una buena pelea. ¡Yo estaba un poco distraído! Después de la conferencia, ella inmediatamente se acercó a mí y dijo fuertemente con voz seria, “¡No voy a hacer este retiro, pero quiero hablar contigo!” Había una sala al lado de la salon de conferencias, y pensé que es mejor terminar con esto. Entonces, entramos a la bonita y luminosa habitación y le ofrecí una silla frente a mí. Ella comenzó: “¡Reconciliación, reconciliación, reconciliación! ¡Yo la tengo la reconciliación hasta aquí indicando su barbilla! Mi primera reacción fue a decirla suavemente que ella no necesitaba hacer el retiro. Sin embargo, ella me sorprendió al agregar: “Pero nunca reconocí mi necesidad hasta esta mañana. No tenía una palabra para mi experiencia.” Alienación era el término clave. Durante la siguiente hora y media me contó sobre la experiencia de su vida, comenzando en sus primeros días con su familia y extendiéndola hasta el presente. Mucha alienación, ira, frustración, aislamiento.

El concepto clásico bíblico del pecado es que tiene consecuencias — alienación en las cuatro relaciones: dentro de sí mismo, con los demás, con la tierra y con Dios. Cuando Dios hizo un pacto con Israel en el monte Sinaí, Dios prometió cuidar a las personas en todos los sentidos. Por su parte, debían observar la Torá (una palabra hebrea generalmente traducida como “ley”). El propósito de los mandamientos es establecer, mantener y restaurar (cuando sea necesario) relaciones correctas o justas. La justicia es el requisito privo para la paz (shalom). El pacto se sella con un ritual de sangre, la sangre de un toro se vierte sobre el altar (representando a Dios) y se rocía sobre toda la gente, para indicar que ahora la vida nueva de Dios fluye hacia la gente.

Jesús enfatiza el propósito de la Ley en el Sermón del Monte, llegando a las causas subyacentes del pecado, lo que hemos llamado los pecados “capitales.” La ira desenfrenada conduce fácilmente al asesinato. La mentira interrumpe la confianza en una familia o comunidad, o entre las naciones.

Cuando se le pregunta a Jesús cuál de las 613 prescripciones de la Torá es la más importante, cita a Levítico (ama a Dios sobretodo) y Deuteronomio (ama al prójimo como a si mismo). La Torá tiene que aplicarse a nuevas circunstancias en cada generación, confiando en la sabiduría del pasado. A veces es fácil jugar un mandamiento contra otro, pero esto a menudo frustra el verdadero propósito de la ley — a reconciliar a los quienes estan alienados.

El nuevo (o mejor, el pacto renovado) fue sellado con el derramamiento de la Preciosa Sangre de Jesús. Nos recuerda el amor incondicional y duradero que Dios tiene por cada uno de nosotros y por todos nosotros, sin excepción. También nos llama como discípulos misioneros a ser reconciliadores en un mundo que necesita sanación, reconciliación y renovación con urgencia. El Espíritu Santo nos ayudará precisamente a hacer esto si mantengamos nuestro enfoque en la palabra de Dios y vivimos como personas de esperanza y confianza en el cuidado de Dios quien es capaz a arreglar todas las cosas.

¡Oh, mi amiga religiosa de edad avanzada hizo el resto del retiro, con una sonrisa en su rostro aparentemente permanente!

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